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Amnesia necia


La verdad es que te mentí. Estaba soñando y me dormí. Y después pensé en lo de antes, porque parecía experto en cosas de principiante. Puse blanco sobre negro y no supe trepar bien esa escalada de grises. Con mucho generé poco. Naturalmente, quedé preso de un zumbido artificial, de pensamientos que razonaban mal. Y bien, nos perdimos en el laberinto de los espejos que reflejan las excusas distorsionadas. Entendí que ganamos un vuelo a la tierra del Nunca Jamás, pero era sin equipaje…
  y falso. Nos quedamos charlando con conversaciones vacías y buscando llenar el tanque con ganas. Pero eran enanas. También las ambiciones, cuanto el futuro. Tratamos de meditar, pero no había silencio y acordamos un trato: recordar lo sano para curar lo enfermo. Ay qué amnesia necia… Finalmente, dimos con una lista vieja de objetivos nuevos, que incumplimos y tachamos, junto al mapa de lo que deseábamos para el año nuevo, que se desdibujó por inconstante y despistado. Firmamos al pie, sellamos con compromiso y brindamos con un adiós, para explorar la soledad y saber qué necesitábamos más, de cara al mañana, pero de espaldas a los demás. 





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Los ojos

UN news


El acto de observar es griego. La comedia es divina y los anfiteatros que fueron de piedra, luego devinieron en tablas y empataron jugando al ajedrez, pero no patearon penales. La acción de mirar quiere que le devuelvan una pared y no pegársela de frente en la frente; así es seducir… pero quizás no. Espiar es francés: me lo dijo un tal Pierre que era medio fisgón, atrevido, poco observador e hijo de inmigrantes. Leer es un acto cultural y muy exclusivo, sólo para alfabetizados. Los ojos de lince son de los mejores. Los de búho, en cambio, como que hacen alarde, pero se quedan ahí. La pandemia puso al lenguaje de la mirada otra vez en lo más alto de la comunicación mundial, casi mass media. Casi más me saco un ojo el otro día en Chivilcoy, pero era un secreto a voces, atrás de un barbijo. Cuando hablamos con los ojos es más difícil mentir. Aparte siempre nos vemos en los ojos de los demás, es imposible escapar a ello; salvo cuando ciegos o no hay luz. También es imposible escapar a ellos, a los otros. La comida entra por los ojos, pero las personas también. Un poco. En el ojo por ojo, gana el dentista. No son pocos los ojos llorosos, morosos, con dolor. Porque dicen que el corazón siente por los ojos que ven. En un cruce de miradas, casi siempre doblé en la calle sin salida por mirar mal.
 


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Apreciar

En el arte de escribir, no sé leer. A la hora de partir, tampoco despedirme. Las cuentas me salen mal y los rezos bien. Comulgo poco con la gente en general y también en particular. Aprendí a puro raciocinio a dar la razón, a soltarla. La escalada es mejor como desafío que como rutina de discusión. La batalla ganada cansa igual que la perdida. El broche del día es la noche. Si todo pasa, vos también. Si todo pesa, vos más. Si todos posan, qué bodrio. Vidrio soplado es casi botella, pero no fácil. Lo barato sale menos. Menospreciar cuesta caro, eso sí. A veces no te podés aguantar. Hoy tuve ganas de escribir… y leí. 


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Albamonte

Cuando alguien muere, quien quiera que sea, tiendo a pensar que muchos de su círculo cercano continúan sus rutinas, hábitos, errores, forma de ser o algún tipo de expresión cultural en esporádicas manifestaciones. 

Entonces, la persona continúa un poco su vida, mientras que los que sobrevivieron, en realidad, mueren un poco en los tiempos que resignan, o que eligen usar para esa forma de homenaje. 


Así es como a mí se me da por ir a algún lugar que solía ir mi viejo solo, o que en su momento nos hizo descubrir. No tiene que ser especial en si mismo, la ocasión y el ritual lo enaltecen. En una forma torpe y mercantilista de explicarlo, es como cuando las aseguradoras pagan mucho por un objeto que no tiene mucho valor material pero sí representa algo extra para quien lo haya perdido. 


Quizás la mejor forma de convivir con las ausencias, luego del ineludible luto de dolor, sea reencarnando en homenajes cotidianos. A mí se me hace muy sano y enriquecedor. Un poco porque, si no, algo de la foto de “Volver al futuro I” pasa con los que se fueron y es mejor regresarlos al presente. No tengo dudas que ahora mismo esta suerte de teoría, que es algo muy humano, se está replicando en una pizzería, en un club, en una cancha, en un lugar de vacaciones, en un colegio y, yo creo, en todos los lugares que generan lindos recuerdos. 


La muerte puesta en perspectiva es mucho más amigable que el día que uno la conoce de cerca. Siento que no viene al caso inventar, y mucho menos citar, casos de conductas. La pandemia potenció ausencias a un nivel desconocido y tan cruel que vamos a necesitar bastante distancia para compensar la falta de cercanías. 


Igualmente, no dejemos de ver que otras muertes menos honrosas en su post, separan familias, enemistan amigos y agigantan miserias. Rara vez escapan al común denominador de la plata o algo material que se interpone. No creo que estos casos disparen legados muy constructivos. 


Lo que menos sabemos es qué pasa con el que murió. En varios credos hay refugio o ideas que van más allá del último escalón de la vida o historia personal, pero quizás sólo Víctor Sueiro nos sepa decir. Si hay una luz al final del túnel, o más de una, o no pagaron el suministro, nadie está seguro. O si resucita el alma, si en Valhalla hay una gran fiesta, si el purgatorio es una forma de peaje, si existe el limbo, el infierno, la reencarnación en un animal, y supongo un montón de etcéteras. 


Hace poco volví a la Chacarita después de no sé cuánto, porque había que despedir al padre de un amigo, muerto por covid, y me acordé que con el mío alguna vez pasamos por Albamonte, en avenida Corrientes, a comer pizza. No todos los días hacen pizza, pero sí hay postres que en otros lados ya no se consiguen. Y, no les voy a mentir, como eran las 10 de la mañana, estaba cerrado. Además sólo se podía pedir comida para llevar según rezaba un cartel. Entonces caminé otra cuadra y me pedí un cortado en otro lugar, porque también ese era un homenaje: un café en cualquier esquina, es una forma de desayunar muy a gusto con la muerte de alguien. Al menos para mí.




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G 1884

 Faltaba poco y nada para que empezara el Mundial de Sudáfrica 2010; primero para mí como trabajador de los medios y la cosquilla de emoción, con un poco de incertidumbre, empezaba a subir su espuma. Aquella competencia sería la primera de Messi como titular y, al mismo tiempo, de Maradona como líder de grupo desde el banco de suplentes. 


Tras una eliminatoria de riesgo, el Seleccionado Nacional había logrado clasificarse con un empate sospechoso en el Centenario de Montevideo, una semana después del asalto de Palermo, el “aquaplaning” de Maradona y toda la locura que significó aquella tarde de tormenta en cancha de River ante Perú. 


Yo trabajaba en Fútbol Para Todos, tras el cambio en la Ley de Medios y la baja del contrato con Torneos, que era la empresa que coordinaba todas las transmisiones del fútbol argentino. Eso sucedió a mitad de 2009, cuando yo escribía un copete semanal de color, comentando los resultados de la fecha, que me pagaba el sponsor privado que auspiciaba el torneo, que era en ese entonces un operador de cable con mucha visión de negocio. 


Así las cosas, lo que creía como una pérdida laboral pasó a ser un salto enorme ante el cambio de escenario y autoridades. Por obra del destino, uno de los productores del nuevo proyecto resultó ser el suegro de un amigo muy cercano, cosa que me enteré estando un fin de semana en Lobos, a través de una de sus hijas, que era amiga de mi tercera cuñada. La vida y sus atajos, qué sé yo. Mandinga. 


El tema es que para mayo 2010 apenas faltaba un mes para trabajar en la primera cobertura de un Mundial de fútbol. De costado, sin viajar, con poco protagonismo, pero no me importaba. Yo había renunciado a mi otro trabajo en el agente de bolsa cuando en Fútbol Para Todos empezaron a pedir exclusividad. 


Mi hermano menor y único acababa de recibirse de abogado, juraría que fue el 12 de mayo la jura, pero no afirmaría si eligió hacerlo por los evangelios, la justicia o hacer silencio. El caso es que sacamos unas lindas fotos familiares en el aula magna de la UBA, que es un edificio extraordinario con una pintura que no había visto ni siquiera en el palacio de Versalles por envergadura. 


En diciembre del año anterior yo había publicado mi primer libro, cosa que también generaba un entusiasmo familiar y me tenía ocupado de vez en cuando con su artesanal venta. Pero decía que se venía el Mundial de Sudáfrica. 


El 17 de mayo me llegó un mail avisando que el fin de semana siguiente íbamos a trabajar en el amistoso ante Canadá que era el último partido antes del viaje de los jugadores. Cancha de River. Más tarde la noticia era confirmada y detallada al punto que había que ir de traje para estar en el campo de juego. 


Yo estaba esa tarde, no podría precisar por qué, tirado en la cama del cuarto de mi hermano mirando el techo, que estaba lleno de naipes de póker, porque Mariano antes que abogado fue mago. Y con la televisión prendida o mandando textos desde el celular. 


Mi viejo había vuelto del trabajo y me comentó que se iba hasta el Solar a buscarle un regalo a un compañero de la empresa que cumplía años. 


- Dale, qué bueno (supongo puede haber sido mi contestación desinteresada y protocolar). 


Al rato sonó el teléfono fijo de casa, cuando esas cosas todavía ocurrían, y era justo la persona del cumpleaños. 


- Fer, cómo te va. Che, me acaban de llamar que tu viejo se descompuso en un local ahí cerca de tu casa, Giesso me parece... 


Dudo que haya colgado bien el teléfono cuando verifiqué que tuviera todo lo mínimamente necesario para correr las casi cuatro cuadras que había hasta el local en cuestión. 


Llegué muy rápido y agitado. En la puerta había un patrullero o policías. Lo segundo seguro, porque uno me frenó en la puerta. 


- Me llamaron que mi papá se descompuso acá. 


El policía se volvió hacia un compañero y le comentó algo que no quería que yo oyera. Por arriba de sus hombros vi las piernas de mi viejo tiradas en el piso, porque estaba sentado u acostado. No se veía más que de las rodillas para abajo y los mocasines. 


- Flaco, tu papá murió. Tuvo un paro o algo y no hubo tiempo para nada. 


Y ahí me dejaron pasar, o los corrí, y me tiré encima suyo para abrazarlo. Y se asomó uno de los vendedores al rato y me confió: “Dijo que se sentía mal. Se mareó y cayó al piso; fue cuestión de segundos, no debe haber sufrido casi”. 


Toda la secuencia posterior de la historia que aconteció hasta el día de hoy, 11 años y un poco más, no tiene tanta importancia. La persona que más me conocía de este mundo ya no estaba más para armar la vida juntos.




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Covid y Goliat

Entre tanto estar adentro, se me dio por salir a la tinta. Y me llegó ese juego de palabras del título. Tiene música, suena bien. Pero no sé si Coronavirus es tanto más que un gigante, aunque sí mundial. “David y Covid” no iba... aun cuando el anhelo sea que el hombre se imponga. La honda que nos ilustraron del pastor tiene algún parecido al tapabocas casero con tiras, pero no sabemos si será tan efectivo. ¡Quién pudiera haber tenido el diario del lunes del antiguo testamento! Rompíamos Bwin. En fin, hoy tampoco tenemos certezas. Sí estamos acogotados de estadísticas mortales. Y sentencias... 

“Encierro o entierro”, te quieren vender en un segunda lectura, de algo que suena a slogan para avivar temores. Sería bueno tener mucho cuidado pero no miedo. Me gusta la idea de un “tapavoces”, para no escuchar ciertas cosas. Me hice un testeo y me dio negativo para transitar aislamientos. Se nos amontonan sentimientos y nos desteñimos a fuerza de lavandina. Y Argentina vuelve a asomar, pero AMBA no. Mejor guardate. Me dijeron que la OMS hizo el casting para “Hablemos sin saber” y parece que avanza. Una duda: ¿Son vulnerables o vulnerados? No sé, hago silencio. 

Pan, clonazepan, masa madre, día del padre y puta madre. Seguimos en casa. Pero algunos salen. Los que tienen patio o balcón, por ejemplo. Bueno, otros también: los esenciales. Bueno, otros también. 

En primer grado me hacían tomar distancia y hoy se hace home schooling; parece menos militar. También hay teletrabajo y desempleo. Pantallas, redes, fines de comunicación, medios de lucro; algo así. Crisis y bicis. Instagramers y runners. ¿Está mal salir a correr? No. ¿Corrieron mal? Sí. 

En definitiva, qué sé yo... Que nadie nos expropie la esperanza.

Imagen de tiempo.com

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Un alfajor

Mi hermano y yo éramos muy chicos cuando nuestra abuela Naná nos traía un “tatín” a cada uno. El “tatín”, que era lo primero que le pedíamos cuando la veíamos, era un chocolatín Suchard con cuatro “ladrillitos”. Cuando uno es chico va directo a lo importante, no anda contaminado de protocolos y “lo que corresponde”; no señor, uno pide el chocolate, saluda y la remata limpiándose el beso con el puño. Después se pasa un poco la vida y se intercalan puños, besos, protocolos o chocolate. Y como si nada, ya somos grandes para tatines, quizás los podemos comprar y hasta somos el que se los regala a alguien más. Y para entonces tu abuela ya no se acuerda los años en orden, o los nombres, o quizás te pregunta quién sos. Y a mí esa parte de la vida me cuesta mucho aceptarla y me pone de mal humor. Los momentos de deterioro del cuerpo, la ecuación de vivir que se empieza a dar vuelta, cambiar la página, ir del otro lado del mostrador... Ojalá algún buen maestro te haya enseñado de empatía, compasión y gratitud. Y siempre te va a costar el barro de la rutina de ir a visitar a la Naná que te haya tocado, agarrarle la mano, ver que no está arreglada y quizás no se viste, que te digan que no quiere comer y delira en francés de noche... Tal vez algo se ría, o recuerde, o la preocupe, o lo que sea. Aquel “tatín” hay que ir a devolverlo y aunque me dijeran que no probaba bocado, Naná nunca dejó ni una miga de un alfajor que yo le llevaba y partía en cuatro.




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Rodeados

Nos rodean casos, cosas, casas, cacos, Cocas, cosos, cacas... 
Buscando nuevos rumbos, se encuentran buenos tumbos. Tumbas, lo que no quieres. Cuando fui un poco más allá, preferí quedarme menos acá. La curiosidad siempre es un pasaje. Con los sentidos encontramos sentidos sentidos y algunos motivos menos sensatos. Tocar para creer. Con las yemas de los dedos pegoteadas con las yemas de dos huevos de una granja, sin naranjas ni drogas, donde se deroga lo que no te hace bien del mal, ese que parece no mudarse de tu cabeza, que con certeza te empasta el alma y la calma. En definitiva, seguimos rodeados. 



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Serpientes y escaleras

La escalera como testigo intachable del trajín de los días que se van al tacho. Sube y baja la autoestima, los peldaños de vivir son muy altos cuando chicos. Los escalones de la tercera edad piden rampa o filos redondeados en madera (por si acaso). ¿Por su casa cómo es..? Con descanso es mejor, creo. Las escalinatas a la fama son muy empinadas, se cae fácil de ahí. Muchas son el techo de un baño chico. Otras deslumbran y decoran con su arquitectura: barrotes, madera fina, mármol, piedra. En las canchas los escalones no son escaleras en rigor, quizás por eso cantan, saltan, fuman; no sé. Interiores o exteriores. En la naturaleza también las hay. Parques nacionales, senderos, durmientes, serpientes, peregrinos del turismo, escaladores de aventura, bebedores de desventuras. La escalera caracol copió a la víbora, que le enseñó a la cola del mono, que barrió un caracol de cuernos al sol y affaires de noche (padres de las casas rodantes en cámara lenta). Con lente atenta, la escalera sabe bien quien no está bajando mucho a la vida. La fascinación de los chicos por subir debe ser el afán de querer ver como los grandes; o no. Anfiteatros con escalones que tuvieron la doble tarea de acompañar la subida y alojar espectadores, el aforo del foro. La escalera como asiento tiene la medida justa para calzar las lumbares y chamuyar en bares. No faltan esas escaleras plegables que son también tapa y puerta de altillos: Netflix nostálgico, casi siempre, con humedad y olores viejos. Mucho han trabajado las escaleras en obras, muchas maniobras, tantas manías en el protocolo de la escalera automática. Juzgados, colegios, universidades… La escalera como medio de transporte también es un aporte. También son puentes. Yo en 1998 la pasé muy bien en Plaza España, de Roma. ¿Cuál es la escalera de tu vida?

Gracias Alamy Stock Photo

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Callejeros

Quise cambiar la música, me acerqué a los locales de Libertad y no alcancé a liberarme del todo. Me saquearon el oro y preferí bajarme del plan, cuadras abajo, miedos arriba. Era 9 de julio y crucé en ancho el asfalto frío sin gamulán. Miré vidrieras de Esmeralda, pero no me alcanzaba para joyas, entonces cambié la dirección y di con Piedras. Traza en adoquines, me topé con arlequines y el trovador de San Telmo no afinaba bien el karaoke. ¿Lo qué..? Qué cara la música en vinilo de las disquerías viejas... Me senté por un vinito en Gibraltar, donde aparecí no sé cómo e igual comí un kebab. Qué va... había unos Beduinos haciendo música. Al final era en Perú el bar, pero yo nunca tomé un avión. Venga un liso más de sangría y me embarco de nuevo. Un combate con los pozos del barrio, realmente. No fui por Chacabuco, pero sí que fue una batalla. La Defensa por conservar la arquitectura del espacio dio lugar a la deconstrucción del pasado y me acordé que buscaba cambiar de aire con la música. Caminé a través de tres países latinoamericanos un tanto desmejorados y llegué a una avenida que fue un premio para mi periplo ciudadano. Independencia, cárcel de la toma de decisiones para hacerse cargo. Sin embargo, me sentí libre otra vez y bajé hasta el río, donde los pájaros pusieron las melodías. Y lo pasé bien, en la costanera, en su costado sur, con ganas de regresar al norte de mi felicidad. Usé Mapas, pero los callejeros de ambicionar seguimos sin dar con la aplicación que nos ayude a soñar, ni hablar llegar, con lo que queremos... o los que queremos, no sé.