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Callejeros

Quise cambiar la música, me acerqué a los locales de Libertad y no alcancé a liberarme del todo. Me saquearon el oro y preferí bajarme del plan, cuadras abajo, miedos arriba. Era 9 de julio y crucé en ancho el asfalto frío sin gamulán. Miré vidrieras de Esmeralda, pero no me alcanzaba para joyas, entonces cambié la dirección y di con Piedras. Traza en adoquines, me topé con arlequines y el trovador de San Telmo no afinaba bien el karaoke. ¿Lo qué..? Qué cara la música en vinilo de las disquerías viejas... Me senté por un vinito en Gibraltar, donde aparecí no sé cómo e igual comí un kebab. Qué va... había unos Beduinos haciendo música. Al final era en Perú el bar, pero yo nunca tomé un avión. Venga un liso más de sangría y me embarco de nuevo. Un combate con los pozos del barrio, realmente. No fui por Chacabuco, pero sí que fue una batalla. La Defensa por conservar la arquitectura del espacio dio lugar a la deconstrucción del pasado y me acordé que buscaba cambiar de aire con la música. Caminé a través de tres países latinoamericanos un tanto desmejorados y llegué a una avenida que fue un premio para mi periplo ciudadano. Independencia, cárcel de la toma de decisiones para hacerse cargo. Sin embargo, me sentí libre otra vez y bajé hasta el río, donde los pájaros pusieron las melodías. Y lo pasé bien, en la costanera, en su costado sur, con ganas de regresar al norte de mi felicidad. Usé Mapas, pero los callejeros de ambicionar seguimos sin dar con la aplicación que nos ayude a soñar, ni hablar llegar, con lo que queremos... o los que queremos, no sé.