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Callejeros

Quise cambiar la música, me acerqué a los locales de Libertad y no alcancé a liberarme del todo. Me saquearon el oro y preferí bajarme del plan, cuadras abajo, miedos arriba. Era 9 de julio y crucé en ancho el asfalto frío sin gamulán. Miré vidrieras de Esmeralda, pero no me alcanzaba para joyas, entonces cambié la dirección y di con Piedras. Traza en adoquines, me topé con arlequines y el trovador de San Telmo no afinaba bien el karaoke. ¿Lo qué..? Qué cara la música en vinilo de las disquerías viejas... Me senté por un vinito en Gibraltar, donde aparecí no sé cómo e igual comí un kebab. Qué va... había unos Beduinos haciendo música. Al final era en Perú el bar, pero yo nunca tomé un avión. Venga un liso más de sangría y me embarco de nuevo. Un combate con los pozos del barrio, realmente. No fui por Chacabuco, pero sí que fue una batalla. La Defensa por conservar la arquitectura del espacio dio lugar a la deconstrucción del pasado y me acordé que buscaba cambiar de aire con la música. Caminé a través de tres países latinoamericanos un tanto desmejorados y llegué a una avenida que fue un premio para mi periplo ciudadano. Independencia, cárcel de la toma de decisiones para hacerse cargo. Sin embargo, me sentí libre otra vez y bajé hasta el río, donde los pájaros pusieron las melodías. Y lo pasé bien, en la costanera, en su costado sur, con ganas de regresar al norte de mi felicidad. Usé Mapas, pero los callejeros de ambicionar seguimos sin dar con la aplicación que nos ayude a soñar, ni hablar llegar, con lo que queremos... o los que queremos, no sé. 


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PROYECTOS


Simplemente empezar de nuevo. Retomar la tarea. Aun cuando no salga bien de entrada, la superación huele a futuro y usa las medias gastadas de la repetición. Quizás sale mejor de postre. Lo dulce no es otra cosa que el agridulce sin lo agrio, no tiene sentido caer en explicaciones con vueltas y palabras infrecuentes. Vine para volver. Ese sentimiento de extrañar cosas a veces es tan fuerte que es capaz de empujar el carro de la voluntad, del deseo, de las ganas… del fuego que cada uno tenga como combustible. Envejecer es quedarse sin proyectos, escuché por ahí. Me pareció muy válido, puesto que sin motivaciones se mina el movimiento. Entonces quizás por eso vi que en 2017 no llené casilleros literarios, modestamente, y resolví elongar de nuevo los músculos del ejercicio desafiante de escribir para hacer pensar al lector, entretenerlo o, mucho mejor, emocionarlo. Con su permiso pero no su aprobación, espero no entorpecer su vida al tiempo de pedirles sus ojos unos minutos. Retomar la tarea. Empezar de nuevo, simplemente. Extrañaba crear párrafos, combinados con alguna idea. Salud sin pesetas, hasta luego.