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Espejos

Hay espejos difíciles de mirar y cosas duras por superar. Momentos agrios de tragar o lesiones que van más allá del cuerpo. En la cárcel mental, el mal de no poder despegar es un anestésico letal. Salud a los tozudos, me rindo ante los que brillan sin ser brillantes. La magia, la genialidad y la felicidad son pedacitos de tiempo que habrá que fotografiar para volver a ver cuando toque perder. Todos los otros momentos de los calendarios, tal vez, procuraremos ser obreros de imágenes parecidas, nunca como aquellas, pero tampoco casuales. El mejor refuerzo para una campaña pobre es el esfuerzo. Confiar y trabajar, creer en un objetivo sano. Si levantamos un estandarte recto, el reflejo es mejor para los que miran de afuera. Hay que saber mirar, hay que elegir bien dónde mirarse. Los presentes inhóspitos, como todos, terminan siendo pasado. Los lindos también, pero contagian a futuro. Se puede ser un animal del optimismo. Quiero ser un soñador responsable e imaginar destinos que parezcan imposibles. Voy a llegar a lugares privilegiados. Lo miro mejor así, ya lo vi. Por ahora, me mudo cerca de Palermo.

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Santito endiablado


Tira el mar hacia la izquierda. El médano se rompe en el agua y las olas bañan la choza púrpura, tal vez un poco magenta, de donde sale la música todas las tardes de sol. Una sábana con paraguas de colores le da sombra al calor de la arena blanca. Los tonos escapan de un cajón peruano y se mudan a los techos, que golpean con estridencia la palidez. La ausencia de vida en los matices es algo casi prohibitivo, censurado a los ojos. Hay caminos y casas bajas. Troncos, perros vagabundos y piedras chicas. También banderas, desniveles y recortes en el paisaje. Merece la pena el pasaje, andar en buena compañía, olvidar cualquier empresa y permitir que este pedazo del infierno, que le ha robado mucho al paraíso, nos compre el alma. Todos los caminos del Diablo te llevan al mar, todas las vistas son panorámicas y azules. Tentaciones de Mandinga que acá todos saben por viejos y aceptaron sin ser bautizados.

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Menos de lo mismo

La trasnoche posterga la mañana, si no la mata. La ciudad robó lo que era del campo y, curioso, en los pueblos descansan los ciudadanos. Las siestas aniquilan las tardes, pero mucho menos que antes. Sociedad y suciedad son casi lo mismo. Con trazo desprolijo pude dibujar ciertos objetivos nobles y algunos dobles. Añoranzas calientes y valientes que no se aguantaron el interior se hicieron salientes. Noviaron un tiempo con el destino pero no llegaron más que al acuerdo de un divorcio tácito y sin papeles. Entre tanta pesadilla pesadita es que a veces uno pierde el rumbo de lo que siente. Atraso el atraco de mi integridad y le hago una desmedida despedida al camino equivocado de los atajos y la pereza sin pureza. En el cemento se escuchan gritos y en la granja grillos. Sólo somos dueños de sueños. El tuerto se ríe del muerto y también del degollado; es un pirata con tez de pez y olor a mar. Amar es algo que no supo encontrar en ningún tesoro. Oro sí, pero no valía nada en la comparación. Converso y converjo siempre en el mismo lugar, uno ausente de gente sin mente. En especial si se trata de los asustados y pendientes de la pendiente de los años, con pendientes de objetable valor. Qué calor ciertas vergüenzas ajenas… Las cosas amenas suceden muy de vez en cuando. Por eso, cuanto antes queremos menos de lo mismo y más de lo distinto. Es el instinto hacia los sueños.

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Impunidad

En el país de los atajos, donde desfilan chorros de todas las escalas y versiones, no hay vuelta atrás. La calle es un motín sin control, una cárcel sin rejas. Nadie nos avisó que todos tenemos un número en la rifa, nadie está exento. Nadie los puede parar y no somos nadie. La impotencia y bronca de padecer un robo son duras de explicar e imposibles de solucionar. Ser una víctima encarnada más de tanta porquería que nos rodea, qué desesperanza. Qué ahogo, siento que tengo un barrabrava en la garganta, a punto de salir a atropellar al que tenga la desdicha de cruzarse en mi camino. ¿Qué compensación nos podrán dar? ¿Adónde se llevan los reclamos? ¿Sirven para algo? Me da la impresión que es un laberinto de interrogantes hecho de calles sin salida. Entonces, si no hay puertas a algo mejor, quizás renuncie a las llaves que conseguí. ¿Cómo vamos a cuidar a nuestros hijos del presente? ¿Cuánto puede desmejorar el futuro? ¿En qué medida extrañaremos al pasado? Estoy escéptico, descorazonado, triste y derrotado. No sé cómo haré para volver a creerme la mentira argentina y suponer que El Porvenir es más que un equipo de fútbol. Hoy pienso que el hecho de que juegue en una categoría de pocos recursos y esté muy lejos de los primeros planos es una señal. Es difícil vivir con miedo, pero peor temerle a vivir. Qué crisis de identidad, qué desilusión de sociedad…