Impunidad

En el país de los atajos, donde desfilan chorros de todas las escalas y versiones, no hay vuelta atrás. La calle es un motín sin control, una cárcel sin rejas. Nadie nos avisó que todos tenemos un número en la rifa, nadie está exento. Nadie los puede parar y no somos nadie. La impotencia y bronca de padecer un robo son duras de explicar e imposibles de solucionar. Ser una víctima encarnada más de tanta porquería que nos rodea, qué desesperanza. Qué ahogo, siento que tengo un barrabrava en la garganta, a punto de salir a atropellar al que tenga la desdicha de cruzarse en mi camino. ¿Qué compensación nos podrán dar? ¿Adónde se llevan los reclamos? ¿Sirven para algo? Me da la impresión que es un laberinto de interrogantes hecho de calles sin salida. Entonces, si no hay puertas a algo mejor, quizás renuncie a las llaves que conseguí. ¿Cómo vamos a cuidar a nuestros hijos del presente? ¿Cuánto puede desmejorar el futuro? ¿En qué medida extrañaremos al pasado? Estoy escéptico, descorazonado, triste y derrotado. No sé cómo haré para volver a creerme la mentira argentina y suponer que El Porvenir es más que un equipo de fútbol. Hoy pienso que el hecho de que juegue en una categoría de pocos recursos y esté muy lejos de los primeros planos es una señal. Es difícil vivir con miedo, pero peor temerle a vivir. Qué crisis de identidad, qué desilusión de sociedad…

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