Santito endiablado


Tira el mar hacia la izquierda. El médano se rompe en el agua y las olas bañan la choza púrpura, tal vez un poco magenta, de donde sale la música todas las tardes de sol. Una sábana con paraguas de colores le da sombra al calor de la arena blanca. Los tonos escapan de un cajón peruano y se mudan a los techos, que golpean con estridencia la palidez. La ausencia de vida en los matices es algo casi prohibitivo, censurado a los ojos. Hay caminos y casas bajas. Troncos, perros vagabundos y piedras chicas. También banderas, desniveles y recortes en el paisaje. Merece la pena el pasaje, andar en buena compañía, olvidar cualquier empresa y permitir que este pedazo del infierno, que le ha robado mucho al paraíso, nos compre el alma. Todos los caminos del Diablo te llevan al mar, todas las vistas son panorámicas y azules. Tentaciones de Mandinga que acá todos saben por viejos y aceptaron sin ser bautizados.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Imperdible lugar!
Inu