Los ojos

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El acto de observar es griego. La comedia es divina y los anfiteatros que fueron de piedra, luego devinieron en tablas y empataron jugando al ajedrez, pero no patearon penales. La acción de mirar quiere que le devuelvan una pared y no pegársela de frente en la frente; así es seducir… pero quizás no. Espiar es francés: me lo dijo un tal Pierre que era medio fisgón, atrevido, poco observador e hijo de inmigrantes. Leer es un acto cultural y muy exclusivo, sólo para alfabetizados. Los ojos de lince son de los mejores. Los de búho, en cambio, como que hacen alarde, pero se quedan ahí. La pandemia puso al lenguaje de la mirada otra vez en lo más alto de la comunicación mundial, casi mass media. Casi más me saco un ojo el otro día en Chivilcoy, pero era un secreto a voces, atrás de un barbijo. Cuando hablamos con los ojos es más difícil mentir. Aparte siempre nos vemos en los ojos de los demás, es imposible escapar a ello; salvo cuando ciegos o no hay luz. También es imposible escapar a ellos, a los otros. La comida entra por los ojos, pero las personas también. Un poco. En el ojo por ojo, gana el dentista. No son pocos los ojos llorosos, morosos, con dolor. Porque dicen que el corazón siente por los ojos que ven. En un cruce de miradas, casi siempre doblé en la calle sin salida por mirar mal.
 


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