Albamonte

Cuando alguien muere, quien quiera que sea, tiendo a pensar que muchos de su círculo cercano continúan sus rutinas, hábitos, errores, forma de ser o algún tipo de expresión cultural en esporádicas manifestaciones. 

Entonces, la persona continúa un poco su vida, mientras que los que sobrevivieron, en realidad, mueren un poco en los tiempos que resignan, o que eligen usar para esa forma de homenaje. 


Así es como a mí se me da por ir a algún lugar que solía ir mi viejo solo, o que en su momento nos hizo descubrir. No tiene que ser especial en si mismo, la ocasión y el ritual lo enaltecen. En una forma torpe y mercantilista de explicarlo, es como cuando las aseguradoras pagan mucho por un objeto que no tiene mucho valor material pero sí representa algo extra para quien lo haya perdido. 


Quizás la mejor forma de convivir con las ausencias, luego del ineludible luto de dolor, sea reencarnando en homenajes cotidianos. A mí se me hace muy sano y enriquecedor. Un poco porque, si no, algo de la foto de “Volver al futuro I” pasa con los que se fueron y es mejor regresarlos al presente. No tengo dudas que ahora mismo esta suerte de teoría, que es algo muy humano, se está replicando en una pizzería, en un club, en una cancha, en un lugar de vacaciones, en un colegio y, yo creo, en todos los lugares que generan lindos recuerdos. 


La muerte puesta en perspectiva es mucho más amigable que el día que uno la conoce de cerca. Siento que no viene al caso inventar, y mucho menos citar, casos de conductas. La pandemia potenció ausencias a un nivel desconocido y tan cruel que vamos a necesitar bastante distancia para compensar la falta de cercanías. 


Igualmente, no dejemos de ver que otras muertes menos honrosas en su post, separan familias, enemistan amigos y agigantan miserias. Rara vez escapan al común denominador de la plata o algo material que se interpone. No creo que estos casos disparen legados muy constructivos. 


Lo que menos sabemos es qué pasa con el que murió. En varios credos hay refugio o ideas que van más allá del último escalón de la vida o historia personal, pero quizás sólo Víctor Sueiro nos sepa decir. Si hay una luz al final del túnel, o más de una, o no pagaron el suministro, nadie está seguro. O si resucita el alma, si en Valhalla hay una gran fiesta, si el purgatorio es una forma de peaje, si existe el limbo, el infierno, la reencarnación en un animal, y supongo un montón de etcéteras. 


Hace poco volví a la Chacarita después de no sé cuánto, porque había que despedir al padre de un amigo, muerto por covid, y me acordé que con el mío alguna vez pasamos por Albamonte, en avenida Corrientes, a comer pizza. No todos los días hacen pizza, pero sí hay postres que en otros lados ya no se consiguen. Y, no les voy a mentir, como eran las 10 de la mañana, estaba cerrado. Además sólo se podía pedir comida para llevar según rezaba un cartel. Entonces caminé otra cuadra y me pedí un cortado en otro lugar, porque también ese era un homenaje: un café en cualquier esquina, es una forma de desayunar muy a gusto con la muerte de alguien. Al menos para mí.




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