Pequeñas muertes

Poca alegría superficial y una profunda tristeza. Un buen día, vos venís tranquilo, te cuelgan un cartel y te chocan la vida de atrás, porque no la viste venir, es así. Llamás a los del seguro pero no era tan seguro que te iban a ayudar. El chapista se vuelve loco y te quiere cobrar un dineral que no tenés. El auxilio silba “Help” de los Beatles, se manda a mudar en la primera bocacalle, vos en la vereda y el horizonte hace la vertical. Manoteás un bolso, ponés unas medias, un desodorante, bronca, abrigo y un perfume, aunque todo huele a frustración. Ponés en alquiler tu alma y te acomodás en la dependencia de servicio de alguien, aunque sabés que a futuro no sirve. Hubo una explosión sordomuda, casi invisible; desayunaste onda expansiva, almorzaste esquirlas y, lógico, no llegaste al atardecer. Igual un gracioso arrimó galletitas de agua y picadillo de carne. Qué injusto el manto de la actualidad, pensás, casi un trapo que no limpia y juega sucio. El desempleo es un inconveniente tan insignificante y tierno que lo abrazás. Hacés memoria, hacés cuentas pero nada cierra. Bueno sí, te cerró el chino, que no te entiende el idioma y hacés señas del otro lado de la cortina metálica en vano. Es una cortina de hierro, es la metáfora de lo que te pasó. El delivery no trabaja cariño y vos extrañás la comida casera, que vos mismo preparabas. Entonces entendés que no es por la comida y sí por la compañía.  Corta la bocha y vos esperabas un pase largo. Lo que ya es una certeza es dónde vive la desdicha y a qué hora labura el llanto. En definitiva, concluís que el destino es un cobarde, el porvenir un completo extraño y lográs poner algo en claro de tu cabeza: “qué oscuro se puso todo, no veo cómo seguir”. Las alegrías superficiales no llegan a ser aprendices de felicidad, las profundas tristezas tienen posgrados y maestrías. Te diría cómo pero no sé, siento un conjuro de desgracia, llegan señales en incómodas cuotas, pequeñas muertes desentonan tus notas. 


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