No pasará jamás

La realidad no viene con airbag y a la vida se le desprendió el paragolpes varios kilómetros atrás. Vos vas… crees tener todo en regla. Seguís. Todo en su momento y su lugar: lágrima con edulcorante, lágrimas con frazada. Tenés permiso para llorar, tenés cédula para reír. No encontrás el cricket del alma y tampoco hay repuesto; es un trabajo de artesano y nunca queda sano el asunto como 0km. Le miento a mi convencimiento. Los besos recién afeitados pinchan, los besos no dados pesan. El camino está lleno de atajos, algunos no tienen salida. A veces la vida recalienta… a veces la rutina te funde. El sueño del primer auto choca al día siguiente: es poca cosa, es ninguna casa. Tu semana tiene el gusto de una galleta de arroz. Se te ocurre algo brillante tirado en tu cama pero la calle lo opaca. No ves bien con claridad, te burla el sapito. Te sentís un convicto de lo que hiciste. Lo que diste, lo que no, el arreglo que dejaste para el mes que viene y no llevaste tus días al service oficial. Cada vez vas menos lejos. Ciertas paradas no las resignamos, no son negociables, por más que el orgullo parpadee a destiempo. El guiño no era de la suerte y doblaste en contramano; el truco es administrar las manos sin cartas. El productor de ingresos juega a lo seguro: que choques o te choquen, le da igual. Pero la ruta tiene un horizonte más allá y nos empeñamos en llegar al final del Arco Iris aunque sea empujando. Es importante saber una cosa: el humor no pasará jamás.

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