Mi hermano y yo éramos muy chicos cuando nuestra abuela Naná nos traía un “tatín” a cada uno. El “tatín”, que era lo primero que le pedíamos cuando la veíamos, era un chocolatín Suchard con cuatro “ladrillitos”. Cuando uno es chico va directo a lo importante, no anda contaminado de protocolos y “lo que corresponde”; no señor, uno pide el chocolate, saluda y la remata limpiándose el beso con el puño. Después se pasa un poco la vida y se intercalan puños, besos, protocolos o chocolate. Y como si nada, ya somos grandes para tatines, quizás los podemos comprar y hasta somos el que se los regala a alguien más. Y para entonces tu abuela ya no se acuerda los años en orden, o los nombres, o quizás te pregunta quién sos. Y a mí esa parte de la vida me cuesta mucho aceptarla y me pone de mal humor. Los momentos de deterioro del cuerpo, la ecuación de vivir que se empieza a dar vuelta, cambiar la página, ir del otro lado del mostrador... Ojalá algún buen maestro te haya enseñado de empatía, compasión y gratitud. Y siempre te va a costar el barro de la rutina de ir a visitar a la Naná que te haya tocado, agarrarle la mano, ver que no está arreglada y quizás no se viste, que te digan que no quiere comer y delira en francés de noche... Tal vez algo se ría, o recuerde, o la preocupe, o lo que sea. Aquel “tatín” hay que ir a devolverlo y aunque me dijeran que no probaba bocado, Naná nunca dejó ni una miga de un alfajor que yo le llevaba y partía en cuatro.
Un alfajor
Publicado por Fernando (Cuqui) Espinosa en 22:36
Rodeados
Publicado por Fernando (Cuqui) Espinosa en 11:36
Serpientes y escaleras
La
escalera como testigo intachable del trajín de los días que se van al tacho.
Sube y baja la autoestima, los peldaños de vivir son muy altos cuando chicos.
Los escalones de la tercera edad piden rampa o filos redondeados en madera (por
si acaso). ¿Por su casa cómo es..? Con descanso es mejor, creo. Las escalinatas
a la fama son muy empinadas, se cae fácil de ahí. Muchas son el techo de un
baño chico. Otras deslumbran y decoran con su arquitectura: barrotes, madera
fina, mármol, piedra. En las canchas los escalones no son escaleras en rigor,
quizás por eso cantan, saltan, fuman; no sé. Interiores o exteriores. En la
naturaleza también las hay. Parques nacionales, senderos, durmientes,
serpientes, peregrinos del turismo, escaladores de aventura, bebedores de
desventuras. La escalera caracol copió a la víbora, que le enseñó a la cola del
mono, que barrió un caracol de cuernos al sol y affaires de noche (padres de
las casas rodantes en cámara lenta). Con lente atenta, la escalera sabe bien
quien no está bajando mucho a la vida. La fascinación de los chicos por subir
debe ser el afán de querer ver como los grandes; o no. Anfiteatros con
escalones que tuvieron la doble tarea de acompañar la subida y alojar
espectadores, el aforo del foro. La escalera como asiento tiene la medida justa
para calzar las lumbares y chamuyar en bares. No faltan esas escaleras
plegables que son también tapa y puerta de altillos: Netflix nostálgico, casi
siempre, con humedad y olores viejos. Mucho han trabajado las escaleras en
obras, muchas maniobras, tantas manías en el protocolo de la escalera
automática. Juzgados, colegios, universidades… La escalera como medio de
transporte también es un aporte. También son puentes. Yo en 1998 la pasé muy
bien en Plaza España, de Roma. ¿Cuál es la escalera de tu vida?
Gracias Alamy Stock Photo |
Publicado por Fernando (Cuqui) Espinosa en 10:09