Empiezo
a sospechar que los escaladores de alta montaña tienen un objetivo más elevado
que la misma distancia vertical. Creo que además del reto físico, le imprimen a
su desafío una carga espiritual. Pienso también que no sólo procuran atesorar
una foto mental de una vista incomparable, o mismo extender sus diarios de
viaje con nuevas páginas de conquistas y proezas; sé que hay algo más. Estoy
convencido, a estas alturas, que los monjes, Mahoma o el mismísimo Jesucristo,
se retiraban, no en vano, a la caza del silencio: una ausencia total de ruido
que les permitiera, entonces, escuchar sus pensamientos, mirar su interior,
descifrarse a ellos mismos, soltar pasados, acomodar futuros… Para devolverle
la mirada al alma, no creo ser el único en la búsqueda del silencio perfecto.
Cuestas arriba los oídos se nos van tapando por ayuda de la naturaleza y no es
otra cosa que un guiño de caridad en pos de ese silencio absoluto, majestuoso;
atravesado, quizás, por el zumbido de un insecto, el aleteo de un pájaro, el
agua de un río que corre a su destino, la lluvia, un trueno. En definitiva, la
prepotencia de la tierra, la paz de sus mensajes y el invaluable tesoro del
silencio. Los invito a revisar el mapa de sus posibilidades y animarse a ir
tras eso que están buscando.
Tinta Digital se muda
Hace 11 años