Me recordaron o me acordé, no sé… o lo volví a ver en tercera persona, pero muy de cerca. Porque, claro, pasan los años y uno ya no puede volver. Ese lugar está asociado a un momento de la vida y después ya no más, como tantas otras cosas. Pero por suerte lo pude ver de nuevo, con alegría y mal humor, desde el gusto y la queja, pero procurando que sea confortable para la visita de turno. Ojo hay gente que nunca necesitó morar transitoriamente ahí, o simplemente no se lo permitieron, o directamente no tuvo tal lugar. Ese espacio que en invierno es caliente y en verano fresco. Que casi siempre es acotado pero a uno le alcanza. Es un sitio que no sé si ya descubrieron pero se replica por miles en casi todos los países del mundo que conocemos. Con alguna salvedad cultural, supongo, pero que nunca sale mal. Porque cuando uno está en la oscuridad y siente que hay monstruos vigilándolo o siguiendo, o simplemente camina con una mochila de miedos propios de lo desconocido, llegar a ese lugar de seguridad, de total calidez y comprensión, es la felicidad. Ese lugar es todo. Es la salvación completa. Animarse a cruzar el living, la sala, o la frontera que cada uno tenga, corriendo y meterse en la cama de mamá y papá es un destino 6 estrellas que todos deberíamos poder tener.
Tinta Digital se muda
Hace 12 años